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Memorias

  • Foto del escritor: Miriam Zirdok
    Miriam Zirdok
  • 24 nov 2016
  • 2 Min. de lectura

Desde chica me gustó viajar, me fascina ese sentimiento de adrenalina cuándo sientes que no conoces a nadie y hay cientos de nuevas historias por realizar, un nuevo comienzo, cada vez.

Llegar a un nuevo sitio y transformarte en una versión más libre de ti.

La mayoría de las personas se quedan en su zona de confort, estáticos, cómodos, acostumbrados a una vida gris con pequeños destellos de color de vez en cuando.

Yo, buscaba el destello dorado desde el primer momento que tocaba un avión, un alma libre, tan libre emprendiendo el camino de la libertad.

Nunca me gustó ser como los demás, ni vestirme, ni hablar, ni pensar ni ni ni... y de tantos nis me convertí en la mujer que no pertenecía ni aquí, ni allá.

Pues en mis viajes volaba y abría las alas de mi mente y mi corazón, pero todo eso era pasajero, todos regresaban a su hogar una vez que el destello se obscurecia.

Y yo regresaba, a mi hogar, a encontrar que necesita de nuevo una nueva razón para vivir, para existir, para volver a sentir.

Y ese era realmente la razón de cada viaje, el sentir, quería sentirme mujer, joven, bella, plena.... Sentirme única.

Y mi hogar era tan dulce como la mermelada, pero el mundo que me rodeaba me ahogaba... no respiraba en ocasiones y huía a la playa, solo para respirar de nuevo, sentir tranquilidad al ver caer el atardecer, y pensar, esto también pasará.

Y todo pasaba en mi vida cotidiana, todo pasaba pero nada sucedia,

Y la gente se casó,

Y la gente tuvo hijos,

Y toda la gente creó una vida en su hogar de nacimiento.

Mientras que yo creaba pequeñas emotivas historias alrededor del mundo.

Hasta que me di cuenta, que mientras todos tenían gente cercana a su alrededor, mi gente cercana no podía estar más lejos.

Tenía historias, gente interesante, personas intelectuales y pasionales, y todos se encontraban a distancias inalcanzables, todos salían con sus amigos y yo salía con mi celular, los llevaba siempre conmigo pero nunca traía compañia.

La gente que me rodeaba comenzó a pensar que era rara, pero nunca podrían entender ellos lo que yo sentía, ya había descubierto universos enormes y diferentes, magníficos mundos con creaturas que me excitaban en todos los aspectos, cultural, social e intelectualmente.

Encontré la poesía que necesitaba, pero no me daba la estabilidad necesaria.

Hallé la amistad más desinteresada, pero nunca me veía rodeada ni con ganas.

Encontré al amor más pleno, más puro, y no lo podía besar cada noche, ni tomarlo de la mano por un parque a media noche, ni abrazarlo en momentos de soledad, esa que me desgarra cuando llega, sin advertencia, ni engaño, solo llega.

 
 
 

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